El VAR, o cómo sentirse engañado

El VAR no convence. No es una novedad. Es algo instaurado por muchos desde el principio (aquellos que se negaban a un fútbol con tecnología) y por otros con el paso de los años. Su llegada al deporte rey se convertía en una aparente revolución que todavía sigue sin haberse instalado de forma rotunda.

No es su uso, su aportación o cómo se pone en marcha, sino muchas de sus consecuencias. Afirmaban los expertos que llegaría para poner fin a la polémica, para repartir justicia y para evitar errores humanos que, evidentemente, existían. Y ni una cosa ni las otras.

Sigue habiendo polémica porque se han creado nuevas y es algo ligado casi de forma eterna al mundo del fútbol. Se han cerrado algunas puertas, pero se han abierto otras. La cuestión es que haya temas de debate social y popular. 

La justicia deja de tener sentido real cuando algunas de las decisiones son subjetivas y están expuestas (como antes) a la decisión final de un árbitro que no siempre actúa, no siempre analiza y que en un enorme porcentaje de veces dirige los encuentros con menor presión porque, en caso de error, el VAR se activará.

Y siguen habiendo errores humanos. Sigue habiéndolos porque (siguiendo con el párrafo anterior) hay decisiones que no se solucionan con la tecnología y son los colegiados encargados del partido y del VAR los que acaban tomando las decisiones. Es decir, igual que antes, pero perdiendo muchísimo tiempo y ralentizando los partidos.

Entonces es cuando exponemos el título de este post, cuando el aficionado se siente engañado. Hay acciones en las que el VAR acierta, pero su implantación llegó para reducir enormemente los errores. Incluso para acabar con ellos. Sin embargo, los errores son ahora más sonoros, porque muchos de ellos son tan evidentes que el aficionado se siente engañado.

Dicen que es de noche y, aunque tú veas que hace un sol maravilloso, es de noche. Da igual si tú ves entrar luz por la ventana, si los pájaros cantan, si las plantas siguen en dirección al sol para nutrirse de sus beneficios. Es de noche, y es lo que hay. Entonces ahora el sentimiento de enfado, de indignación es todavía mayor.

Antes, sin VAR, el enfado era evidente, era real, pero era parte del show. Decían las malas lenguas y las leyendas urbanas que los torneos manejaban hilos arbitrales en beneficios de unos y en detrimento de otros. Formaba parte del espectáculo. Pero ahora, el engaño es mayor y el sentimiento de fraude es mayor porque los árbitros ven las mismas imágenes que los aficionados.

¿Cómo puede ocurrir que sigan existiendo fallos arbitrales? 

¿Cómo pueden existir ejemplos graves de errores en la toma de decisiones? 

Antes entraban en acción factores como la visión humana, los reflejos en acciones muy rápidas, o que un jugador intermediara entre la jugada y el colegiado. Fallos que (pese a las conspiraciones populares) podían tener cierta defensa por la dificultad del enorme ritmo de juego que adquieren los partidos. 

Pero ahora todo tiene peor pinta. El aficionado se siente estafado, ya no engañado, porque la herramienta es la que es, es fiable, y los colegiados ven de forma muy clara las acciones. Es imposible que existan puntos de vista tan contrarios en acciones tan concretas.

Eso en las acciones que se revisan, porque otras se silencian, caen en el olvido, pese a que las reglas existentes en torno a la tecnología son claras. Jugadas polémicas que (supuestamente) no son revisadas y por arte de magia no ofrecen repeticiones por televisión.

El VAR está por debajo de lo esperado. Ha solucionado problemas, ha perfeccionado cierto grado de justicia futbolística, pero ha creado nuevos escenarios que, evidentemente, son más negativos que positivos. "El VAR acabará con la polémica". En cierto grado sí, pero ha creado nuevos problemas que antes no existían hasta su creación y eso, en una balanza, deja el escenario en un punto de vista similar a lo conocido anteriormente.