Ese preciso instante en el que se paró el mundo para Son

Ese momento. Ese justo instante en el que Son miró a un dolorido André Gomes y se paró el mundo. Ese preciso frame temporal en el que el corazón del jugador surcoreano del Tottenham vió como todo se paralizó. Había cometido una dura entrada sobre el futbolista portugués del Everton. Una falta sin mala fe, buscando parar la jugada, intentando pausar el encuentro ante un peligro que se le venía encima. Pero las consecuencias fueron impactantes, temibles para cualquier ser humano.

André Gomes sufrió una grave lesión de tobillo que, de momento, sin parte médico, tiene pinta de que va a tener consecuencias deportivas a nivel de recuperación importantes. Y ahí la reacción innata. La reacción humana de un Heung-min Son que vio cómo su entrada afectó gravemente a la salud del jugador del Everton. Las consecuencias que jamás pensó, las consecuencias que nunca quiso vivir, las consecuencias que nunca buscó.

Ese momento de tristeza, incluso de shock emocional, de arrepentimiento innato y natural del que sabe de lo ocurrido y es consciente de que todo es un error. Son nunca pensó en cometer una lesión tan grave. Son jamás buscó lesionar de esa magnitud a un rival. Y ahí fue cuando apareció el escalofrío en una fría tarde otoñal a orillas del río Mersey. En Liverpool, lejos de Londres, lejos de su Chuncheon natal, a cientos (incluso miles) de kilómetros de un refugio doméstico donde acudir para desaparecer para intentar hacer desaparecer esa horrible sensación.

La reacción fue automática. Su cara lo decía todo. “Pero, ¿qué ha pasado? ¿Qué he hecho?”, debió pensar el surcoreano cuando alzó su mirada ante los gritos de puro dolor de André Gomes, tras ver su mirada natural del que no está fingiendo. Puro pánico en el rostro del portugués al ver que había pasado algo grave y que nada podía cambiar. Puro miedo en la mirada del surcoreano consciente de que había sido el causante de semejante y escalofriante situación.

Se hizo el silencio. Las reacciones fueron automáticas de conocidos y extraños. Los jugadores que iban acercándose reaccionaban igual, se impactaban al ver cómo había quedado el tobillo del centrocampista del Everton. Y entre ellos, Son. Un Son consolado sobre el mismo césped por compañeros y rivales, recibiendo abrazos, consuelos, conscientes todos ellos que nunca hubo maldad en esa entrada que cambió el encuentro (fue roja para el jugador del Tottenham) y que cambió durante un tiempo seguramente la vida del jugador Spur.

No se lo podía creer. No quería verse involucrado en una lesión así. Más todavía cuando se produjo, digamos, por azar. Evidentemente, la entrada existe, la jugada ocurrió y Son buscó parar el encuentro para evitar una ocasión de gol de los rivales, pero en su mente seguramente nunca existió la idea de lesionar (mucho menos de gravedad) a un rival, a un compañero. Mucho menos él. Un Son que es pura humildad, que es pura inocencia, que es la bondad hecha futbolista y que se vio inmerso en una acción seria, importante, que sería etiquetada pronto a jugadores duros, casi violentos, pero nunca en él.

Y ahora la doble moral y el doble punto de vista. Son no quiso lesionar de gravedad a André Gomes, pero André Gomes puede haber dicho adiós al fútbol durante bastante tiempo por esa acción. Ya han surgido informaciones en las islas británicas de que el Tottenham quiere apelar la roja vista por su jugador, pero al mismo tiempo existe la corriente de que con intención o sin intención ya nada va a cambiar la dura lesión sufrida por el jugador del Everton.

Por un lado, un Tottenham que busca apoyar a Son porque la intencionalidad del futbolista no era la de lesionar de gravedad a un rival, pero evidentemente la sanción, objetivamente, es la que es, y la dinámica de André Gomes, y del Everton al perder a un jugador regular en los esquemas de Marco Silva, es imborrable y muy importante.